l 21 de febrero de 2004, los mandos españoles sabían que algo clave había cambiado en su misión en Irak y que se avecinaban malos tiempos. Las tropas españolas enclavadas en la Brigada Plus Ultra habían llegado a Irak el 9 abril de 2003 y su trabajo en la zona de Diwaniya y Najaf era el de mantener la paz y participar en la reconstrucción. Sin embargo, el mando norteamericano a cargo del general hispano Ricardo Sánchez, instigado por el responsable civil Paul Bremer, y ambos acuciados por el intenso goteo de bajas norteamericanas, reclamaba a los españoles una mayor implicación en los combates contra la insurgencia. La negativa española era constante creando ciertas tiranteces entre el general Sánchez y los generales españoles, primero con Alfredo Cardona y después con Fulgencio
Coll.
Los norteamericanos llegaron a llamar despectivamente al contingente
español, denominado por sus siglas BMNPU II, como el osito de peluche
que se queda quieto, Winni the pooh II. Aquel 21 de febrero, el mando
estadounidense pretendía llevar a cabo una operación para acabar con los
tribunales de la Sharia, la ley islámica. Una acción muy delicada
contra el líder chií Muqtada el Sadr. Ni españoles, ni iraquíes
quisieron hacerlo con el consiguiente malestar del general Sánchez. A
partir de entonces, fuerzas especiales norteamericanas realizaban
distintas misiones en la zona con el consiguiente incremento de la
tensión que tuvo un punto máximo el 31 de marzo de 2004 con el asesinato
en Faluya de cuatro supuestos contratistas norteamericanos, mercenarios
de la empresa Blackwater, cuyos cadáveres fueron brutalmente
golpeados, quemados y colgados de un puente.
Entre otras acciones de respuesta, el mando estadounidense cierra
un periódico Al-Hawza, afín a el Sadr, y el 3 de abril organiza la
detención de su lugarteniente, el clérigo Mustafá Al-Yaqubi. Los
miembros del comando de los Seals que ejecutaron la operación vestían
uniformes con banderas españolas, hablaron español y dijeron que lo
llevaban preso a la base española Al Andalus, en Najaf. Al día
siguiente, los mandos españoles, ignorantes de esta operación, se
sorprenden cuando a las 7 de la mañana, la esposa del clérigo llega a la
base con ropa y comida para su marido creyendo que estaba retenido por
los españoles. Al Yacubi fue trasladado a Bagdad mientras Muqtada el
Sadr ordenaba el levantamiento chií en Irak contra las tropas
internacionales, incluyendo las españolas en Najaf y Diwaniya,
aprovechando la Arbaynia, una de las peregrinaciones más importantes
para los chiíes en la mezquita de Kerbala, en Najaf. Pronto comenzaron
los disparos aislados y escaramuzas en algunos barrios después de las
manifestaciones de protesta por la detención del clérigo chii. La
policía iraquí se queda sin jefes porque éstos deciden ir a Bagdad a
informar del peligro de enfrentamiento grave que se cierne sobre la
ciudad.
Atacan Al Andalus
Sobre el mediodía, empiezan a concentrarse grupos de civiles
armados entre los manifestantes, cerca de la base española Al Andalus.
El sargento Vergara, con el cabo primero Molero y los soldados San José e
Isidro dan la señal de alarma. Desde las azoteas de los edificios más
cercanos se producen disparos contra la base y desde el hospital, el más
alto de la zona, un francotirador alcanza mortalmente al capitán
norteamericano Matthew Eddy, en una azotea de la base. En ese momento,
el Ejército del Mahdi, a las órdenes de Muqtada el Sadr, intenta tomar
la base. El capitán Placer ordena colocar los
vehículos
blindados de Caballería VEC en las puertas para repeler la agresión
junto con los cuatro vehículos blindados BMR de la Sección del alférez
Jacinto Guisado Sánchez, compuesta por tres pelotones y la plana
pertenecientes al Regimiento de Infantería “Saboya nº 6” con sede en
Bótoa, Badajoz. Tienen que instalar ametralladoras ligeras en tres de
los BMR a los que no les funciona su ametralladora 12.70 mm. El
francotirador de la Sección ocupa su puesto en los altos de un edificio
disparando contra los atacantes armados. En poco tiempo el Ejército del
Mahdi se hace con el control de la ciudad, reina el caos, los policías
iraquíes han desaparecido. Instructores salvadoreños de la policía
iraquí se han visto obligados a refugiarse en el edificio de la ICDC
(Iraquí Civil Defense Corps) y en el contiguo que es la cárcel. Están
sitiados por los milicianos pero logran avisar por radio de sus
problemas al mando de la base Al Andalus, que en esos momentos también
sufre ataques de fusilería con los AK-47, lanzagranadas RPG7 y algún
proyectil de mortero. Una furgoneta blanca que ha logrado llegar cerca
de la puerta principal es destruida por disparos del VEC del sargento
Vergara.
vehículos
blindados de Caballería VEC en las puertas para repeler la agresión
junto con los cuatro vehículos blindados BMR de la Sección del alférez
Jacinto Guisado Sánchez, compuesta por tres pelotones y la plana
pertenecientes al Regimiento de Infantería “Saboya nº 6” con sede en
Bótoa, Badajoz. Tienen que instalar ametralladoras ligeras en tres de
los BMR a los que no les funciona su ametralladora 12.70 mm. El
francotirador de la Sección ocupa su puesto en los altos de un edificio
disparando contra los atacantes armados. En poco tiempo el Ejército del
Mahdi se hace con el control de la ciudad, reina el caos, los policías
iraquíes han desaparecido. Instructores salvadoreños de la policía
iraquí se han visto obligados a refugiarse en el edificio de la ICDC
(Iraquí Civil Defense Corps) y en el contiguo que es la cárcel. Están
sitiados por los milicianos pero logran avisar por radio de sus
problemas al mando de la base Al Andalus, que en esos momentos también
sufre ataques de fusilería con los AK-47, lanzagranadas RPG7 y algún
proyectil de mortero. Una furgoneta blanca que ha logrado llegar cerca
de la puerta principal es destruida por disparos del VEC del sargento
Vergara.
Este golpe hace disminuir la intensidad de los ataques. Desde la
zona salvadoreña de la base, una Sección decide sin esperar órdenes ir a
socorrer a sus compañeros atrapados en la cárcel. Increíblemente salen a
pie, con movimientos tácticos propios de haber combatido en la selva
centroamericana, pero a mitad del recorrido, de los 2 kms de distancia
entre la base y el centro penitenciario, sufren varias emboscadas y
hostigamientos desde las azoteas de los edificios y quedan aislados en
un par de manzanas. El coronel español Alberto Asarta ordena a la
Sección del alférez Guisado que vaya a ayudar a los salvadoreños y
rescate a varios heridos graves y un fallecido, el soldado salvadoreño
de 19 años, Natividad Méndez Ramos, a quien le falló su fusil de asalto
M16 en el momento más crítico por no disponer de una bayoneta para el
combate cuerpo a cuerpo. En la base Al Andalus, la Sección del alférez
Guisado se prepara para afrontar una misión muy arriesgada. Al no
funcionar las ametralladoras 12.70 mm de los BMR, el sargento Jaime
González Pinto consigue ametralladoras ligeras MG-42 de 7,62 mm con la
ayuda del cabo Francisco Rodríguez Acevedo, del soldado Ulises Nápoles
Fernández. El conductor del blindado, el soldado José Manuel Martín y el
operador de radio, el soldado Francisco Blas, ceden sus cargadores con
munición a sus compañeros que serán los encargados de utilizar sus
armas.
4 abril 2004: Salvados por los españoles
Los cuatro blindados salen de la base a toda velocidad camino de la
cárcel tomando primero la ruta Azor y posteriormente la ruta Lulú hacia
el este. Son acribillados por disparos de fusilería desde los edificios
más cercanos y en los primeros cruces de calles, desde azoteas y
ventanas. Desde las escotillas, se respondía al fuego contra todo
agresor localizado, incluidos algunos insurgentes a pie que

disparan sus fusiles kalashnikov contra los vehículos españoles que
responden a la agresión abatiendo a varios atacantes. El sargento
Miguel Galán Rancel ordena a su tirador de MG-42, el soldado Miguel
Monge Benítez, que dosifique la munición y dispare sólo sobre blancos
fijos. La progresión es lenta por encontrar elementos armados con RPG en
los tejados, a los que hay obligar a esconderse con ráfagas de las
ametralladoras ligeras. En el tercer cruce de calles, la Sección tiene
que disminuir su velocidad al encontrarse con tres milicianos cuerpo a
tierra disparando contra la Sección salvadoreña que había salido a pie.
Sin cubrir su retaguardia, los agresores son sorprendidos totalmente y
cuando intentar disparar contra los españoles, son liquidados. El
alférez Guisado baja del vehículo protegido por una esquina para dar
ánimos al alférez salvadoreño: “ya no estáis solos”. Una ráfaga les pasa
cerca. El tirador de la MG-42, el soldado Alejandro Pérez Rodríguez
silencia rápido a los autores de esa ráfaga y a algunos francotiradores
apostados en las terrazas. Los españoles protegen y cubren con los
blindados a los salvadoreños, realizan barreras de fuego en cada cruce,
barren tres edificios desde donde se dispara contra la cárcel y logran
entrar en el patio del centro penitenciario.
El alférez Guisado coordina con el capitán salvadoreño la operación
de rescate de los 3 heridos más graves y le promete que volverá para
rescatarlos; mientras el cabo primero Ángel Delgado Sánchez inspecciona
los vehículos y marca los agujeros de bala que tienen las petacas de
combustible laterales, el chasis y las ruedas. Mientras tanto, la cabo
Guadalupe Pulido Cordero aligera el embarque de las camillas con los
heridos dentro de los BMR. Antes de salir, enlazan por radio con una
patrulla de Honduras que entra en el patio de la cárcel a bordo de tres
vehículos ligeros todo terreno con 14 soldados que piden volver a la
base con los blindados españoles. El sargento Fernando Ruiz Lorenzo,
organiza el convoy con el blindado del alférez Guisado en cabeza y los
vehículos hondureños intercalados entre los otros tres BMR. Salen a toda
velocidad por la ruta Anie sin dejar de disparar contra los edificios
ocupados por insurgentes armados, pasan junto a los soldados
salvadoreños en el exterior que mantienen sus posiciones y no pueden
incorporarse al convoy porque no hay sitio material donde acogerlos. Se
decide que el cadáver del soldado fallecido en combate sea recogido en
un próximo viaje. Durante el trayecto, el soldado Javier Fernández
Méndez, en el primer blindado, descubre en una azotea a varios
milicianos dispuestos a disparar un lanzagranadas RPG, usa rápido su
arma y elimina el peligro. Enfilan muy rápido por la ruta Lulú ante la
gravedad de los heridos. Cuando el conductor del primer vehículo, el
cabo primero Moisés Cortés Puerto traspasa la puerta Baker de la base Al
Andalus no puede creer que hayan conseguido llegar sanos y salvos,
cumpliendo la misión. El alférez Guisado ordena llevar los heridos al
centro médico de la base y que cada uno ocupe su puesto en el perímetro
de la base que continúa siendo atacada.
Volver al rescate
El alférez informa por radio al mando de la situación en el
exterior: en la cárcel hay 30 soldados salvadoreños con 38 iraquíes
asediados (ICDC) y en los alrededores de la ruta Anie se encuentran los
20 salvadoreños que salieron a pie a rescatar a sus compañeros y que
siguen emboscados manteniendo sus posiciones con muchos problemas. La
orden del coronel Asarta es clara para la Sección: “volver a la cárcel,
urgente, y traer a todos de vuelta”. El alférez Guisado solicita reponer
munición para reemprender la marcha y cumplir su promesa de volver para
rescatar a los sitiados. Toda la base ha oído las órdenes por radio,
sus compañeros les miran con gesto muy serio por el riesgo que conlleva
regresar a la cárcel sin contar ahora con el factor sorpresa. No son
necesarias las órdenes de los sargentos de la Sección, todos bajan a la
carrera de los blindados para recoger toda la munición posible. Reciben
abrazos y ánimos de todos, conscientes de los enormes peligros que van a
correr.
La soldado Sandra Duque Espinosa sube a su BMR, llena los
cargadores con palabras de ánimo a sus compañeros. Están pendientes del
apoyo aéreo de helicópteros Apache y Little Bird norteamericanos,
estos
últimos de la escolta personal del responsable civil norteamericano,
Paul Bremer. En esos momentos, la batalla de Najaf es el punto álgido de
la guerra en Irak. Desde el hospital, el edificio más alto y más
cercano a la base española, se recrudecen los disparos de
francotiradores. Aviones F-16 americanos solicitan permiso para batir
esos focos de francotiradores pero el mando español no lo considera
necesario y se ciñe a las restrictivas reglas de enfrentamiento que
imponen no disparar a lugares donde haya civiles aunque les disparen a
ellos desde allí, no disparar a personas que estén en el suelo aunque
estén fingiendo estar muertas, no disparar contra ambulancias aunque
sean utilizadas como vehículo de combate por el enemigo y disparen desde
su interior, entre otras. Unas reglas que en algunos casos resultan
altamente comprometidas para la seguridad de los soldados españoles. La
decisión de no permitir el bombardeo del hospital con los F-16 causó una
nueva discrepancia grave entre los mandos militares españoles y
norteamericanos que reclamaban más dureza en las acciones contra la
insurgencia.
estos
últimos de la escolta personal del responsable civil norteamericano,
Paul Bremer. En esos momentos, la batalla de Najaf es el punto álgido de
la guerra en Irak. Desde el hospital, el edificio más alto y más
cercano a la base española, se recrudecen los disparos de
francotiradores. Aviones F-16 americanos solicitan permiso para batir
esos focos de francotiradores pero el mando español no lo considera
necesario y se ciñe a las restrictivas reglas de enfrentamiento que
imponen no disparar a lugares donde haya civiles aunque les disparen a
ellos desde allí, no disparar a personas que estén en el suelo aunque
estén fingiendo estar muertas, no disparar contra ambulancias aunque
sean utilizadas como vehículo de combate por el enemigo y disparen desde
su interior, entre otras. Unas reglas que en algunos casos resultan
altamente comprometidas para la seguridad de los soldados españoles. La
decisión de no permitir el bombardeo del hospital con los F-16 causó una
nueva discrepancia grave entre los mandos militares españoles y
norteamericanos que reclamaban más dureza en las acciones contra la
insurgencia.
Segunda salida
El alférez Guisado planifica con sus tres sargentos el rescate. Él
mismo seguirá yendo en vanguardia por el mismo itinerario que acaban de
realizar hasta la cárcel y vuelta y cerrará el sargento Lorenzo. Dan por
hecho que los milicianos del Mahdi no esperan que vayan a realizar una
nueva salida en esas condiciones tan arriesgadas. Todos instalados en
los BMR, con los dientes apretados y las armas listas, el alférez
Guisado enlaza por radio e informa al capitán salvadoreño que está en el
recinto penitenciario que van a ir a por ellos a recatarlos y que
tengan sus camiones y vehículos preparados para salir en cuanto lleguen
los blindados españoles. Salen de la base bajo una lluvia de
proyectiles. En el tercer cruce de las calles en la ruta Anie vuelven a
encontrarse a los salvadoreños que salieron a pie y que están parados y
batidos por fuego enemigo con un herido por granada de mano. La Sección
española se detiene y con fuego a discreción barre a los francotiradores
que están en los edificios colindantes, dando un gran respiro a los
compañeros salvadoreños. También barren la zona desde donde les lanzaban
las granadas de mano. El alférez Guisado les pide que aguanten y que al
regreso los recogerán para llevarlos a la base. Ordena seguir la marcha
hacia la cárcel. En el siguiente cruce aparecen dos coches artillados
con ametralladoras, al estilo de las ahora famosas Pick up, disparando
contra los españoles que responden alcanzando los coches pero sin
conseguir abatir a sus ocupantes. Los vehículos desaparecen a toda
velocidad.
Llegan al patio de la cárcel con la misma táctica que en el
recorrido anterior y el sargento Lorenzo organiza rápidamente el convoy
de vuelta, intercalando entre los blindados los camiones y vehículos
ligeros. Le ayudan el cabo primero Ángel Bolaños Vázquez y los soldados
Abel Villarrubia Díaz y José Suarez Parra para indicar a salvadoreños e
iraquíes que suban a los vehículos aunque no sean
blindados,
éstos se reservan para ir en el último tramo del recorrido con la rampa
trasera abierta para recoger a los salvadoreños emboscados a pie en
las calles de la ruta Anie. El operador de radio José Fernández Boza
informa de que el convoy está listo para salir y el alférez Guisado da
la orden de partida con un gran alivio al comprobar que 4 helicópteros
Apache norteamericanos están batiendo desde la vertical todos los
edificios cercanos desde donde les disparaban los milicianos. El ruido
por los disparos de los Apache es infernal, las vainas ardiendo de las
ametralladoras de los helicópteros les caen sobre sus cabezas. Cuando el
convoy de la Sección española con 30 soldados salvadoreños, 38 iraquíes
(ICDC) y dos muertos (el soldado salvadoreño Natividad y un iraquí
ICDC) llega a la altura de los salvadoreños emboscados, se encuentran
con el problema de que un pelotón centroamericano no quiere irse sin la
radio que llevaba el herido por granada de mano, no pueden abandonar su
equipo.
blindados,
éstos se reservan para ir en el último tramo del recorrido con la rampa
trasera abierta para recoger a los salvadoreños emboscados a pie en
las calles de la ruta Anie. El operador de radio José Fernández Boza
informa de que el convoy está listo para salir y el alférez Guisado da
la orden de partida con un gran alivio al comprobar que 4 helicópteros
Apache norteamericanos están batiendo desde la vertical todos los
edificios cercanos desde donde les disparaban los milicianos. El ruido
por los disparos de los Apache es infernal, las vainas ardiendo de las
ametralladoras de los helicópteros les caen sobre sus cabezas. Cuando el
convoy de la Sección española con 30 soldados salvadoreños, 38 iraquíes
(ICDC) y dos muertos (el soldado salvadoreño Natividad y un iraquí
ICDC) llega a la altura de los salvadoreños emboscados, se encuentran
con el problema de que un pelotón centroamericano no quiere irse sin la
radio que llevaba el herido por granada de mano, no pueden abandonar su
equipo.
El cabo primero Javier Martínez Benítez no da crédito a lo que oye
mientras observa atónito cómo el alférez Guisado ordena esperar y hacer
fuego a discreción para cubrir a los que han ido a buscar la radio.
Empieza a escasear la munición. El cabo Antonio García Blanco, operador
del radio del blindado del alférez da sus cargadores al soldado Jonathan
Jorna Ramos que los necesitaba para seguir disparando. El tirador de la
ametralladora MG-42, el cabo Enrique Pavón Pérez, mantiene fuego
incesante para evitar que se pueda disparar contra los soldados
salvadoreños que ya han encontrado y recuperado su radio. Les cubre el
blindado del sargento Lorenzo, conducido por el soldado Justo Sánchez
Martín que se incorpora al convoy. Se reanuda la marcha, lenta por ir
remolcando un vehículo con las ruedas traseras reventadas. Los camiones y
vehículos ligeros se han adelantado por los nervios, no han controlado
la tensión y han entrado por la puerta principal de la base Al Andalus
con el consiguiente riesgo para todos. Después sus conductores pidieron
disculpas. Poco antes de llegar a la base, el sargento Galán ve como una
granada antitanque, lanzada con un RPG, rebota en el blindado del
alférez Guisado que va en cabeza. Ha localizado al tirador y ordena a su
conductor, el soldado Julio Cuenca González que detenga el vehículo, el
operador de radio Carlos Luna Diente comunica la breve parada de unos
segundos, suficientes para que los soldados Samuel Barco Ponce y David
Sauceda Fernández agote su munición y abatan al lanzador del RPG.
Hermanos de sangre
Cuando
la Sección española, los camiones y vehículos ligeros salvadoreños con
los iraquíes entran por la puerta Baker en la base Al Andalus, las
ovaciones y los abrazos son increíbles. Todo el mundo les felicita. Los
salvadoreños se abrazan llorando al alférez Guisado, dándole las gracias
y proclamándose hermanos de sangre. Desde ese día nadie más volvió a
llamar guacamayos a los centroamericanos, ni winne the Pooh a los
españoles. Los soldados norteamericanos presentes en la base y los
mercenarios civiles de la compañía Blackwater reconocieron el excelente
trabajo realizado, en una acción heroica ejecutada con mucho valor y una
gran profesionalidad superando las dificultades añadidas y los
múltiples ataques insurgentes entre las calles de Najaf. El alférez
Guisado informó al mando de que la misión había sido cumplida sin
novedad, sin bajas, ni heridos recibiendo un fuerte abrazo de su jefe,
el capitán Vilchez que había llegado con refuerzos desde Diwaniya, así
como las felicitaciones del coronel Asarta y del general Coll. Algunos
creen que fue un milagro que la heroicidad y la profesionalidad de los
soldados españoles pudiera salvar en esas condiciones tan adversas, con
las tres ametralladoras pesadas de los BMR sin funcionar, la vida de 102
salvadoreños, hondureños e iraquíes. Se calcula extraoficialmente que
entre 35 y 50 milicianos del Mahdi fueron abatidos. Fue un acto heroico
dentro de la batalla de Najaf, entre otros muchos que se sucedieron en
los días posteriores hasta la retirada total de Irak de las tropas
españolas el 21 de mayo de 2004. Una acción muy poco contada,
inexistente por tanto para el gran público, para la sociedad española,
dentro de una guerra ignorada por la clase política y con una
participación española que sigue siendo un misterio, incluso para muchos
militares.
Cruces para tanto valor

Los miembros de la Sección que
participaron en la misión de rescate no fueron recompensados con la
condecoración correspondiente, sólo su jefe. Decisiones incomprensibles.
El propio Jacinto Guisado,
ahora capitán, comentó
públicamente que cambiaría su Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo
por condecoraciones individuales para todos los miembros de su Sección
que mostraron una conducta ejemplar.
Si esta acción de rescate la hubiera protagonizado el ejército
norteamericano, seguro que ya hubiéramos visto una buena película de
Hollywood ensalzando la capacidad, la eficacia y el valor de sus
soldados. En Irak se otorgaron seis Cruces al Mérito Militar con
distintivo rojo (en guerra). Tres fueron con motivo de la batalla de
Najaf en ese 4 de abril de 2004. Una para el coronel Asarta por
organizar la defensa de la base Al Andalus con escasos recursos, otra
para el sargento Vergara por su brillante comportamiento con los VEC en
la defensa de la base y la tercera para el alférez Guisado por “su
acción de mando, serenidad e iniciativa frente a las fuerzas hostiles ,
la acertada dirección y empleo de las fuerzas a su mando, así como el
inteligente y eficaz cumplimiento de la misión encomendada”.







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